El hogar soñado

Nada importaría al día siguiente, pensaba. Mi meta se acercaba aceleradamente, al ritmo que mis miedos excarvaban sobre el cadáver del mundo que amé algún día. Ahora mi esencia estaba por justificarse, y yo por entenderla ¿Sería aquel brillo brillante en mi alma? ¿O en la oscuridad existe la luz? La batalla se entremezcla y transforma. Y los momentos se alternan en diferentes realidades eternas; optimismo, pesimismo, armonía o confusión. Pronto creo estar cayendo a la velocidad que creía estar subiendo. Toda una eternidad atravieza mi cuerpo para colapsar de forma tan impactante como silenciosa. Tan irrelevante como significativa. Tan pasajera como inmortal..

Pero nada importaría al día siguiente y él vivía balbuceándolo. Su hogar se armaba en llamas, y sus sueños se disolvían en una maraña de cosas inexplicables. Sólo un rincón, un hermoso rincón del alma, lo clavaba en la punta del abismo. Y sólo un rincón, un benigno rincón del alma, lo frenaba rozando el cielo.

Fue en lo más profundo del abismo donde el temor se desnudaría para siempre. De día o de noche, con mi daga en la mano; nunca el mañana importó menos. Sobre un montón de cenizas yacía mi cuerpo inmóvil, bañado en luz apagada, u oscuridad encendida. Recibí orgulloso las primeras gotas que recorrieron mi rostro sosegado de dolor. Estaba sucediendo. Un envolvente diluvio confundió el camino de todos los fluidos deshaciendo poco a poco las sensaciones de mi cuerpo. Pronto todo había desaparecido menos lo que nunca pude ver, menos lo profundo de mi corazón. Allí firme, el cadáver más vivo se encontraba luchando con un valor como sólo el miedo puede emerger. Con una eternidad como sólo un instante puede contener. Entonces caí.

El calor envolvente de las sávanas anunciaban el regreso a su verdadero hogar. Las puertas eran el rincón de su alma, y el nuevo día hacía su verdadero sueño realidad.