jueves, 11 de febrero de 2010

Nila

Nila me grita para que despierte. Es día de sacrificios o como le llamamos nosotros "Evilah". Pertenezco al distinguido grupo de "EvilahMantas", que significa "escalones vivientes" porque es justamente lo que hacemos: sostenemos bloques de piedra de 6 kilos formando una escalera para que nuestro Jefe máximo "Isa", los "Kuthas" y los esclavos que serán sacrificados suban hasta la torre de los sacrificios. Los "Kuthas" son brujos que realizan sacrificios, elijen a los esclavos que morirán y disfrutan de los beneficios de seguirle al Jefe máximo en la pirámide de jerarquías dentro del pueblo. Cada tres atardeceres hacemos sacrificios, el mínimo es 3 hombres y 1 animal. Los "Kuthas" dicen que es necesario eliminar los seres podridos, que no servirán de semilla a la tierra, madre creadora de todo. En el ritual el jefe sube los escalones que formamos comiendo frutas que suelta y para muchos es un honor alcanzar una de estas frutas masticadas, es un alimento "bendecido".
Nila insiste una vez más para despertarme y viendo que no lo logra trae un pocillo con agua que vierte en mi rostro. Es mi querida hermana, la cuido desde que mi padre murió; él era "EvilaManta" también -lo único que heredamos de nuestros padres es su oficio-. El trabajo de Nila es la alfarería, y entrega todo su corazón y arte para formar jarrones que luego intercambia por frutas secas y carne. Tiene un alma valiente y sus ojos muestran verdad. Su pareja es un joven llamado Vico, el trabaja como pescador y está en contra del sistema de organización de nuestro pueblo. Aborrece al Jefe y sus allegados; odia el "Evilah" y me desprecia un poco por ser parte de este. Yo no cuestiono mi puesto, soy respetado entre las personas del pueblo, aunque por momentos siento remordimiento de "sostener" de alguna manera este acto.
Seco mi rostro y busco mi tapado de sacrificio mientras escucho el sonar de cuernos que indican la llegada del carro de los esclavos que morirán. Nila no quiere que me vaya pero sabe que seremos castigados si no lo hago. Ella está triste porque hace días que no sabe nada de Vico. Me pide como favor que trate de informarme en la plaza sobre el paradero de su amado. Al llegar a mi puesto, tomo mi piedra y con un gesto saludo a algunos de mis compañeros. Somos 48 hombres, formamos 16 escalones de 3 personas cada uno. Tras unos minutos aparece el Jefe "Isa" con sus "Kuthas" y detrás el carro con los esclavos bañados en barro. Este detalle se debe a que se intenta eliminar la identidad de los sacrificados incluso antes de su muerte. Nos dan la señal y nos posicionamos. A mi izquierda puedo ver correr a Nila, se acerca llorando y gritando, pero por el ruido de la gente no puedo escuchar lo que dice -se ha juntado casi todo el pueblo para presenciar el acto y cuando comienzan a subir por nuestra escalera el público se exita demasiado-. Algunos gritan en contra del hecho, otros festejan el espectáculo. Comienzan a subir y contraigo todos mis músculos para soportar el peso. Siento el jugo de las frutas masticadas por el Jefe caer en mi rostro, el dulce sabor se confunde con la amargura de la situación de no poder ayudar a mi hermana en lo que le esté pasando. A diferencia de lo habitual siento que luego del animal suben a un cuarto último hombre que se resiste con más fuerza de lo habitual, parece tener la fuerza de 3 hombres y se hace larga la lucha en la escalera lo que nos genera mucho más trabajo. Finalmente lo suben a la tarima más alta y los gritos del pueblo aumentan fuertemente hasta que se escucha el grito del Jefe y un silencio que indica que la cabeza del último hombre a caido hasta el suelo. Gritos desgarradores de terror mezclados con ferbor y carcajadas confunden hasta a los más acostumbrados al ritual. Nos posicionamos para que descienda El jefe y sus súbditos, y dejamos las piedras en un sótano de la plaza. Una vez libre busco desesperado a mi hermana y la encuentro llorando aferrada a la tierra de la plaza. La sostengo, me mira y comienza a golpearme gritando. Al no poder intercambiar una palabra con ella, la levanto y a la fuerza la llevo a nuestro hogar. Allí más tranquila me dice que el último hombre sacrificado era Vico. Siento una lluvia de cristales filosos caer en mi corazón, soy partícipe de la muerte de su amado y su angustia no frenará jamás.
El siguiente "Evilah" se aproximó rápidamente y me encuentro nuevamente entre mis compañeros, preparando nuestras posiciones para la subida del Jefe. Nos dan la señal de formación y acomodo mi cinturón con la daga en mi ingle. Cuando siento el peso de la pierna izquierda del Jefe dejo caer la piedra, provoco su caida y una vez en el suelo el Jefe, abro su cuerpo con la daga aplicando tanta presión que parte de mi mano ingresa a su vientre. El jefe yace agonizando, no en la torre, sino en el suelo, en el mismo suelo en donde entierran a nuestros muertos, en el mismo suelo donde mi hermana lloró la muerte de Vico, en el mismo suelo donde vive el pueblo entero.
Ahora me encuentro en el carro de sacrificio, sé que no fue suficiente para cambiar todo esto, pero mi acto y mi muerte valerán, quizás, para que la torre se acerque cada vez más al suelo, para que este carro quede inútil algún día, para que Nila sonría, para que en sus ojos no deje de haber verdad.

No hay comentarios: